jueves, 16 de agosto de 2007

Una reflexión en tono humorístico: "Los libros nos pueden acercar... al marido"

" » Lo más difícil de casarse no es la convivencia de las dos personas: es la convivencia de sus libros. Puede no importar quién saca a pasear al perro, la toalla mojada en la cama o quién maneja el control remoto.

Pero que se subrayen con resaltador flúo -y en varios colores- las partes interesantes de una novela, y se agreguen comentarios con tinta, doblando algún borde para llegar rápido a ese párrafo ingenioso puede ser causal de divorcio.

Porque en cuanto a los libros están quienes los respetan -o incluso veneran- como objetos y quienes sólo los ven en función de su contenido.

En mi caso, soy de ésta última escuela. Leo en la bañera, y cada tanto el libro se enjabona. Leo cuando estoy comiendo sola, y cada tanto salta el ketchup. Y ocasionalmente he cometido el pecado capital: si tengo que viajar liviano, arranco las páginas que faltan y a la vuelta las pego con scotch.

Sorprendentemente, al reflexionar sobre esto me estoy poniendo a la moda. Siempre existieron clásicos que abordan las relaciones personales que se establecen con los libros, como Desempacando mi biblioteca, de Walter Benjamin; Un lector común, de Virginia Woolf, o el más reciente Diario de lecturas, de Alberto Manguel.

Pero ahora se están multiplicando como nunca en las librerías anglosajonas las compilaciones de ensayos en los que autores como Philip Roth, John Updike, Umberto Eco, Anne Fadiman y Anna Quindlen confiesan cuál es la propia.

El énfasis, es curioso, se pone en la relación del autor con el libro como cosa (más allá de lo que dice, que fue el abordaje de los últimos años) y traen mucho para aprender.

Por ejemplo, que si uno es de los que deja rastros de alfajor y Coca light en las páginas tristes donde apenas el recorrido de una lágrima hubiese sido apropiado, lo más probable es que termine con alguien que no subraya, usa señalador para marcar la hoja y que termina los libros que empieza.

Cuando sus libros terminan paraditos en los estantes pegados a los propios y con un poco de esfuerzo los presta, y con un poco de esfuerzo uno no se los marca, eso -¿quién lo duda?- es amor." (Via diario la nación, argentina)

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