El lenguaje existe en diferentes niveles. El primero es el más superficial, está compuesto por las fórmulas —casi automatismos— que todos los días ponemos en práctica para poder lograr un mínimo entendimiento con las demás personas: cuando decimos gracias, buenos días, buenas noches, muy probablemente no estamos implicando con estas palabras carga emocional o sentimental alguna, simplemente son formas que nos permiten sortear la vida en sociedad. No hay que despreciar este nivel del lenguaje, como siempre le digo a mis alumnos, resulta bastante útil al momento de cobrar un cheque en un banco, cuando entramos a un ascensor y queremos ser inmanente corteses. Lo que debe quedarnos claros es que se trata del nivel más superficial.
Al profundizar en el lenguaje vemos que tenemos posibilidades mayores y es la que ponemos en práctica cuando componemos o redactamos esas notas, cartas, correos electrónicos, memorandos y otros documentos que nos exige nuestra vida. Allí utilizamos otras estrategias, damos cierto valor a las palabras como entes individuales, aunque, por lo general, cada vez que tengamos la ocasión, nos inclinaremos por los lugares comunes y las fórmulas que nos permiten cumplir nuestros objetivos. De nuevo se trata de un nivel necesario.
Luego viene un nivel aún mucho más profundo y es el del lenguaje especializado, el cual se caracteriza por el uso de jerga muy específica de ciertas ciencias, artes o disciplinas, hay una intención de precisión muy importante y esto nos permite crear mensajes que podrán ser comprendidos y compartidos, básicamente, por aquellas personas que dominen los mismos códigos.
Finalmente, podríamos decir que se llega al lenguaje emocional. Este es el lenguaje en el que, teóricamente, componemos nuestros texto más creativos, donde problematizamos la escritura. En un lenguaje que, utilizando las mismas palabras que los otros, existe una carga emotiva significativa.
Siempre es interesante preguntarse: ¿en qué se parecen y se diferencian una gran novela de un diccionario o una guía telefónica? Se asemejan en que ambas son ordenaciones intencionadas de palabras. Se diferencias en que mientras la precisión y frialdad del método alfabético domina en las últimas, en una buena novela es la emoción, el sentimiento que le imprime el autor lo que le da orden a esas palabras.
Es en este nivel de lenguaje emocional donde debemos trabajar.
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