miércoles, 14 de noviembre de 2007
Teoría expresión de ideas y sentimientos
Como hemos dicho en la primera sesión, escribir es pensar despacio. Sin embargo, debemos considerar que existen diferentes momentos de ese pensar, a veces es una lenta meditación sobre una amplia variedad de temas, un estudio exhaustivo sobre un aspecto muy específico o la expresión de una gama de sentimientos. En primer lugar hablaremos de aquellos momentos en las cuales las ideas predominan.
Debemos dejar claro que la expresión de las ideas no necesitan tener una rigidez excesiva o una objetividad exagerada; podemos partir de datos, hechos, teorías o principios pero podemos desarrollar, dependiendo de nuestro manejo del lenguaje, formas incluso cercanas a las literarias ( a través de metáforas o símiles, por ejemplo) no con un objetivo meramente estético sino para ilustrar nuestro planteamiento.
Para la expresión de ideas debemos considerar
Precisión y exactitud: en realidad existen varios caminos para alcanzar la claridad, pero debo tratar de llegar a ella de la manera más eficaz, utilizando la menor cantidad de recursos posibles. Cuando somos precisos no nos contentamos con aproximaciones y cuando somos exactos podamos lo superfluo. Este factor que afecta el estilo de ideas depende, en gran medida, de la actitud.
2)La expresión de sentimientos
Según Schökel, la principal complicación al momento de expresar por escrito sentimientos reside en la “enorme variedad y riqueza de aspectos, matices, determinaciones individuales, según la persona, el momento, la edad y la situación.” Así la soledad, el amor, la ternura pueden cobrar características bastante diferentes si la ven un niño en un barrio de Caracas, un anciano en un suburbio de Nueva York o un catedrático de mediana edad en Roma.
Los sentimientos se puede expresar de varias maneras:
Directas: etiquetando el sentimiento (“Yo te amo”) o dando tonalidades, matices a ese sentimiento (un amor apasionado, una soledad devastadora).
Indirectas: el método indirecto, a través de enumeraciones de sensaciones diversas, de comportamientos, de actitudes intenta delinear un sentimiento que debe ser descubierto por el lector. (“Tantos libros, tantas palabras, carros, historias, fantasmas y tu ausencia” para expresar soledad).
3)Los recursos
Para expresar ideas o sentimientos, existen algunos recursos comunes para realizar esta tarea:
Metáfora: es un recurso en el cual se usan las palabras con un sentido distinto del que tienen propiamente. (“caían perlas del cielo”, por gotas de lluvia)
Alegoría: representación de una cosa o idea abstracta por medio de un objeto que tiene con ella cierta relación real, convencional o creada por la imaginación. (el caso de la novela de George Orwell, Animal farm, en la cual los conflictos políticos sociales de la humanidad se presentan en forma alegórica a través de los conflictos de un grupo de animales en una granja).
Comparación: como su nombre lo indica, se toma un objeto o situación y se presenta en semejanza o contraste con otro equivalente. A diferencia de la alegoría no hay una sustitución de alguno de los términos de la comparación.
Descripción: a través de rasgos, características y detalles se expone la idea o el sentimiento
Alusión: es una referencia a un hecho o dato para aclarar una idea, supone que el lector se mueve en un mismo marco referencial cultural que el escritor. Si uno dice: Por las noches era un Miranda en La Carraca, en caso de que lector comparta el código, se imaginará al prócer en el cuadro de Michelena y podrá comprender la alusión.
Alusión culta: cuando una idea o sentimiento se expresa con base en largas citas o referencias a autores, eventos o personajes cuyo conocimiento y manejo requiere una base cultural amplia.
Anécdota: es la narración breve de un hecho, con pocos personajes y sin demasiado desarrollo. Sirve para ilustrar alguna idea y, en muchas ocasiones, puede ser el punto de partida de un texto.
4)Los lugares comunes
Se trata de ideas corrientes y muy repetidas. Gran parte de los lugares comunes provienen de recursos (anécdotas, metáforas, símiles, entre otros) que en un primer momento eran originales y frescos pero ahora son sólo una construcción de palabras que no tiene significado propio. “El tortuoso invierno”, “las perlas de tu boca”, “tus ojos de azabache”, “la florida primavera”, “rápido como gacela”, por nombrar sólo algunos ejemplos, sirven para ilustrar que dado que bloquean nuestra expresión como escritores, es necesario que en las etapas de revisión, vayamos podando nuestros textos de lugares comunes.
Una nota sobre la exposición del diseñador cubano Félix Beltrán
La exposición Félix Beltrán.
Marcas e identidades gráficas reúne 30 marcas, quizá no muy conocidas para los espectadores venezolanos, creadas por el diseñador desde 1959 hasta 2005.
Un lenguaje que aboga por la síntesis caracteriza estas marcas que no sólo se refieren a productos y empresas, sino también a instituciones de labor social como la Biblioteca Benjamín Franklin de México o la Cruz Roja de Cuba. Más allá del valor estético de cada una de éstas, Beltrán hace énfasis en el compromiso social de las marcas, algo que muchos diseñadores de hoy pasan por alto.
Beltrán, que dictará hoy a las 11:00 am en el mismo museoun curso sobre La Marca en el mundo de hoy, señala que el diseño ha evolucionado en la historia reciente. Desde los tiempos de mercaderes fenicios, explica, pasando por la Edad Media, el Renacimiento, el diseño cobró importancia "para diferenciar aquello que no tenía suficientes diferencias", pero se incrementó después de la Revolución Industrial por la competencia que se produjo con el desarrollo del despiadado capitalismo. A partir de entonces, se ha elevado la conciencia de la marca", comenta.
Considera que "sin el capitalismo habría marcas más preocupadas por lo social. El diseño tiene que asumir las consecuencias implícitas de sus prácticas. El valor de todo está en las consecuencias de lo que hacemos. Hemos avanzado, eso es indudable, pero arrastramos contradicciones, es decir, estamos muy incipientes en los avances sociales. El diseño debe renunciar a eso, asumir las responsabilidades que tiene como acto de comunicación. El diseño gráfico educa en el sentido cabal del término para que mis alumnos se sienten como los modelos de Calvin Klein o agarran los cigarrillos como los modelos de Marlboro", ironiza el artista.
El diseñador, cuyas obras gráficas han recibido más de 130 premios y han sido apreciadas en casi 500 exposiciones colectivas y 66 exposiciones individuales, cree que si las nuevas generaciones no tienen conciencia de estas otras implicaciones del diseño es porque "se les educa en el hedonismo en la evasión, en los valores relativos donde no hay convicciones con las que uno está convencido de que no somos el centro del universo. En eso es lo que creo. Como seres sociales, los que estamos en el mundo del diseño estamos influidos e influimos", pues, como dice más adelante, "el diseño no es maquillaje (...) es, sobre todo, un acto de persuasión.
Desde las aulas de la Universidad Autónoma de México, Beltrán reta a sus alumnos a crear carteles contra el abandono de los ancianos, el racismo y sobre las estadísticas del suicidio en los jóvenes. Después de todo, afirma, "el diseño tiene que ser imagen, pero lo que importa es qué clase de imagen es y para qué es. No obstante, aclara, "el diseño no es omnipotente".
Autor del primer libro sobre diseño gráfico en América Latina, titulado Desde el diseño (1970) y asesor de más de una veintena de eventos mundiales relacionados con su área de trabajo, Beltrán defiende con ahínco que el sentido histórico se debe tomar en cuenta cuando de diseño gráfico se trata. "Creo que, como decía Rousseau, no se debe confundir cambio con progreso. No es necesario que el diseñador esté en lo último. La gente tiende a creer que lo nuevo siempre supera lo anterior, pero no siempre es así", comenta.
Mañana y el viernes, Félix Beltrán dictará un curso sobre La marca en la práctica. La entrada es gratuita. (el nacional)
jueves, 4 de octubre de 2007
Un comentario de Ricardo Piglia sobre las claves actuales de la ficción
(...)
Hemos pasado de identificarnos con los personajes a identificarnos con la voz que cuenta la historia. Nos interesa más qué tipo de convicción tiene el que está narrando; entonces, cuando leemos a Faulkner nos interesa más el que está contando que la historia misma.
La clave actual es esa voz que suena ahí y que a uno le interesa. Es eso lo que construye la significación y el sentido." (vía el nacional
)
domingo, 30 de septiembre de 2007
El plan de obra
La propuesta del libro
1)La carta de presentación:Es necesario encabezar el paquete con una carta que lo identifique como una propuesta de libro. La misma debe incluir: el título propuesto y detallar el contenido de la propuesta que debe incluir: sinopsis, ideas para promoción, curriculum del autor, entre otros. Además, debe especificar si el libro ya ha sido terminado o hay una fecha establecida para tener listo el manuscrito.
Imaginemos que Karate Kid se llamara El arte de la patada de garza japonesa; que Philadelphi -la película sobre el SIDA- Luchar contra la discriminación entre abogados; o Madame Bovary, La triste historia de una tonta llamada Emma...
Son ejemplos exagerados, pero permiten observar, por lo menos algo: la primera atracción que una obra puede ejercer sobre su receptor se pierde con un mal título.
Es más, un mal título puede ser causa suficiente para dejar de leer un libro o pasar de una película. Incluso, en algunos casos, los editores han cambiado los títulos originales con los cuales algunos autores les han entregado su obra, para asegurar un gancho comercial.
Básicamente podemos encontrar dos grandes tipos de títulos: aquellos que tienen que ver directamente con el relato y aquellos que no tienen relación alguna (al menos directa).
a)Títulos que no tienen relación directa con el relato
Puede que tengan un valor comercial (por ejemplo, asociar con Da Vinci casi cualquier materia en un título de libro podría ser una buena estrategia) o un valor simbólico, que permita, a partir de su lectura alguna asociación. Alguna vez se llegó incluso a trabajar el tema con la película de Tarantino Reservoir dogs cuyo título, por más que se trate de catalogar de "perros" a sus personajes, no tienen ningún significado. De hecho, su origen está en la siguiente anécdota: "se trata de un cruce entre los títulos de dos películas que le encantan a Tarantino. Por un lado, PERROS DE PAJA de Sam Peckinpah (que en el original se titulaba STRAW DOGS), y por otro lado el film francés ADIOS, MUCHACHOS de Louis Malle, cuyo título original AU REVOIR LES ENFANTS era imposible de pronunciar para Tarantino, por lo que se refería a ella como "The Reservoir Film", es decir, como si le llamáramos "la película esa de Reservoir", ya que "Reservoir" era la palabra inglesa más aproximada al original francés." (Unai Epelde)
Lo importante sería recordar que, si bien un título que no esté relacionado sino que simplemente tenga un valor anecdótico, estético o muy personal para el autor, hay que considerar que si no se trata de un relato realmente fascinante, el lector prontamente, decepcionado, abandonará el texto
Entre estos tenemos los siguientes casos:
1)Nombres de personajes: Conversaba con un alumno acerca de esto, en especial en el caso de las telenovelas, ya que Delia Fiallo, la gran matrona del género suele colocar como nombre de sus obras el de la protagonista, estrategia que ha sido criticada de facilismo. Es importante destacar que, en el caso del melodrama, en el cual es tan importante la relación entre audiencia y personajes, una relación tan cercana que llegue a la empatía y la identificación, este recurso funciona. Sin embargo, en la ficción escrita, no hay garantía de éxito. Llamar a un relato Gabriela, Carlia, Jesús no nos invita directamente a la lectura, sin embargo, es posible que en ciertas formas narrativas como aquellas que imitan a la biografía sean útiles (como David Copperfield, de Dickens).
Una variación es el nombre más la profesión o alguna condición (p.e. Bartleby, el escribiente, de Melville; Inés Duarte, secretaria, telenovela; Ciudadano Kane; El coronel no tiene quien le escriba)
2)Nombres de lugares: nuevamente una opción interesante aunque puede ser demasiado genérico, razón por la cual no se utilizan en este caso lugares tan conocidos. Por ejemplo, la película Fargo, de los hermanos Coen, requería un cierto conocimiento de la geografía norteamericana para ubicar claramente el lugar. Hace algunos años hubo una película llamada Paris, Texas, que jugaba con el nombre de un poblado homónimo de la capital parisina en el estado sureño de los E.E.U.U. Si el lugar es tan particular que por sí solo invita a la curiosidad podría funcionar. (Rashomón, La casa de las bellas durmientes)
3)Frases o alusiones a la materia básica del libro: Basta con leer títulos como El halcón maltés, El Código da Vinci, La perla, Cien años de soledad y cotejarlos con el contenido de las obras a las cuales pertenecen para darnos cuenta de la forma como esta forma de titular complementa las historias. Se trata de seleccionar aquellos elementos que tienen por sí solos una importancia fundamental en la trama y llevarlos al primer plano del título
Si bien dar una receta para titular es casi imposible, consideramos que si hay algo que el ejercicio de buscar título a nuestro libro puede proporcionarnos es la obligación de jerarquizar los elementos del mismo, por eso, si bien la respuesta de estas preguntas no necesariamente generen por sí mismas un título, podrían ayudar:
1)¿Cuál es el tema de mi libro?
2)¿Cuáles son las ideas principales que expongo ?
3)¿Cuán importante es el ambiente físico?
4)¿Cuál es la principal solución que ofrezco?
5)¿Cuáles palabras me servirían para describir el público meta?
3)La sinopsis
6)Resumen curricular
7)Resumen de capítulos
8)Capítulos de muestra
Frase para recordar: “Algunos libros son inmerecidamente olvidados, ninguno inmerecidamente recordado” W.H. Auden
sábado, 29 de septiembre de 2007
Un comentario de Azir Nafisi sobre la novela
Solamente a través de la ltieratura que uno puede ponerse en los zapatos del otro y entender sus aspectos más contradictorios y diferentes (...)"
Leer Lolita en Teherán
jueves, 27 de septiembre de 2007
"Un regalo para Julia", de Francisco Massiani (Venezuela)
Uno dice: le regalo un libro. Uno dice: le regalo cualquier cosa. Pero uno no podía regalarle cualquier cosa. ¿Con qué cara? Ayer, anteayer estaba con la cochinada de Carlos, que por cierto: fuaaa, fuaaa, y lo peor es que no tose y a mí en cambio se me salen las tripas. Fuaaa, botaba el humo, y fuaaa estiraba su pata y mataba una hormiga. Se comía un moco. Se estripaba un barro en la nariz, fuaaa, se rascaba la oreja, y después escupía el humo por los ojos, por la nariz, por la boca, por todos lados. Porque lo hace. Juro que sabe fumar. Es verdad. Fuma mejor que nadie. Y entonces te mira y dice: si llego a ser novio de Julia. Pero lo juré. Dije: por Dios santo que no se lo digo, y eso, ¿no?, así que nada. No puedo decirlo. Pero en todo caso cuento que Carlos me dijo que si Julia llegaba a ser su novia, la metía en la bañera, la llenaba de jabón y le hacía esa porquería que juré que no se lo decía a nadie. Lo peor es que yo vengo y salgo y voy a casa de Julia, porque algo tenía que hacer, ¿no?, y llega Julia y me dice así mismito:
—¿Qué vienes a hacer aquí?
Quedé tieso. Después me dice:
—Pasa.
Y pasé. Y después de que pasé me senté y ella puso un disco. Siempre que alguien llega a su casa pone un disco. Después te saluda, te mira, da tres pasos de última moda y después se echa en el sillón, tipo bandida de cine mexicano. Cine mexicano, cine mexicano... ajá:
—Oye —le digo—. Oye Julia, ¿qué tal te cae Carlos?
—¿Carlos?
—Sí, Carlos.
—¿Por qué?— cogió una revista de mujeres y modas y eso. Yo me puse a darle tambor a la mesa. Creo que pasamos como un minuto así. Me dijo:
—¿Quieres Cocacola?
Yo no le respondí. Seguí tocando tambor en la mesa. No le respondí porque me molestó que se olvidara que le había hablado de Carlos, que se hiciera la loca con la pregunta que muy bien sabía que yo se la hacía por un montón de cosas que ella sabía muy bien que yo sabía. O sea eso. O sea nada, supongo que se entiende, ¿no? Bueno. Me vuelve a preguntar:
—¿Quieres Cocacola?
Y yo:
—Te pregunté por Carlos.
—No me acuerdo— dijo.
—Yo sí— le dije—. Y muy bien.
—Bueno. ¿Qué cosa?— dijo.
—Eso que tú sabes— le dije.
—Yo no sé nada, Juan— me dijo. Y cuando la miré estaba viendo la revista.
—Bueno, Julia.— Yo tenía que hacer algo. Sabía que tenía que hacer algo—. Oye: imagínate que Carlos te regala el disco que estamos oyendo.
—¿Qué cosa?
—El disco
—¿Qué disco?
—Nada— le dije.
Nunca lo entienden a uno. Yo seguí tocando el tambor y ella se levantó del sofá, dio un brinquito, se pasó la mano por el pelo y me preguntó:
—¿Qué dijiste de Carlos?
Nunca. Nunca entiende. Yo le dije que nada, que se sentara, y ella me sonrió y se sentó. Cuando se sentó, me sonrió. Cuando eso pasa, cuando me sonríe, entonces yo aprovecho para verle la boquita, esos dos gajitos de naranja, porque es así: tiene dos gajitos de naranja, y sé por ejemplo que el labio de arriba, cuando se separa del de abajo, parece que le diera miedo dejarlo solo, y entonces tiembla un poquito, no mucho, un poquito solamente y entonces se le acerca y lo acompaña un poco y entonces entre los dos gajitos sale como un juguito que le mancha un poco las arruguitas de los labios y entonces yo siento un mareo y algo como un chicle entre las muelas y ella se me queda mirando y me dice:
—¿Qué te pasa?
Y despierto. Sé que nunca sería capaz de agarrarle la mano, nunca. Pero sabía, estaba convencido, como nunca, que tenía que hacer algo. Así que seguí tocando tambor a ver si me venía algo a la cabeza. Nada. Seguía tocando tambor. Nada. Seguía tocando y tambor y tambor y ella y tambor y nada. De repente ella me dice:
—Tengo un vestido para mañana que es una maravilla.
Yo digo:
—Qué bueno.
Y ella dice:
—Es algo que te deja desmayado.
Y yo sigo:
—Qué bueno.
Y ella:
—Lo ves y te mueres. Es de locura.
Y yo seguía con el tambor. Eso lo cuento para que vean. Bueno. En eso pasó la hermana, después una de las sirvientas de las diez sirvientas que tienen en su casa y después, un rato después, vengo y le digo:
—Julia— ni sabía lo que iba a decir—, dime una cosa: si yo te regalara ese disco y Carlos el otro, ¿cuál pondrías más en el día?
Se me quedó mirando con mirada matemática de raíz cuadrada, y me dijo:
—Éste. El que estamos oyendo.
Yo entonces estiré las piernas, la miré, le eché una sonrisita y seguí tocando tambor, pero palabra que me costaba tocar tambor, porque lo que provocaba era salir gritando y llamar al cochinada de Carlos y decirle: mira Carlos, pendejo, nunca vas a hacerle esa cochinada porque Julia y yo, ¿no?, pero justo cuando se estaba acabando el disco me dijo:
—¿Qué fue lo que me preguntaste?
Palabra que no es mentira. Se lo repetí y ella me sonrió. Y me dijo:
—Qué salvaje eres.
Nunca la he entendido. Me imaginé que debía sonreírme y me sonreí. Después me dijo:
—Lo pondría todos los días si me gustaba.
—¿Qué cosa?— Yo comenzaba a olvidar todo el plan, todo lo que tenía en la cabeza se me reventó, ya nada, juro que yo no entendía a nadie, que estaba loco, tan loco que dije:
—Julia. Quiero que mañana vayas a la fuente de soda de la esquina porque quiero darte un regalo especial.
Ella preguntando cosas hasta que por fin aceptó y a las tres y media era la cosa. O sea que a las tres y media nos íbamos a encontrar en la fuente de soda. Así fue que salió lo del regalo. Por eso lo conté.
Total que hoy vengo y cogí lo que me dio mamá y salí a la calle. Me metí en todos lados. Vi todas las vitrinas. Entré en todas las tiendas y ni sabía qué podía regalarle. Pero no soy tan imbécil: si le dije que el regalo era especial por nada del mundo le doy cualquier cosa. Eso era lo que pensaba cuando estaba mirando el conejo. Porque en una de esas vi un conejo. Ustedes lo han visto. Está por ahí, en una de esas tiendas de Sabana Grande, y es un conejo blanco. Es un conejo más grande que un caballo y mueve las orejas y tiene los ojos rojos. Por cierto que me acordé del profesor Jaime, porque el profesor Jaime tenía siempre los ojos rojos. Por cierto que el profesor Jaime era un gran tipo, y cada vez que me acuerdo de él tengo una vaina con Carlos. Porque sé que Carlos es el cochinada típico que le pone tachuelas a profesores como el señor Jaime. Cuando estaba mirando el conejo, me juré que si alguna vez Carlos tocaba el oso de mi hermanita, que también tiene los ojos rojos, lo agarraba por las patas, lo batía contra el árbol y lo volvía una cochinada. Porque es lo que merece. Juro que si alguna vez Carlos se burla del oso, lo machaco, lo aplasto, le martillo los dedos y lo reviento. Eso es lo que merece. Total que estaba viendo el conejo y ¡ah! Nada: un pollo, Dios mío, ¿cómo no se me había ocurrido? Un pollito, chiquito, metido en una caja, y ella mirando el pollo, y jugando con su pollo todos los días, y dándole de comer, y así tú puedes preguntarle por el pollo y tienes algo de qué hablar y es algo especial, es un regalo único, anda, apúrate, y salí disparado a Canilandia. Creo que se llama así: Canilandia. Y está en una callecita que se mete de Sabana Grande a la avenida Casanova. Bueno. Y entré y el señor me regaló el pollo. Ni siquiera aceptó que yo se lo comprara. Bueno. Me fui a la fuente de soda. Cuando llegué pedí una merengada. Eso fue lo que pedí. Y ahí estuve. ¡Ajo! Estaba cansado. Hay que ver, corriendo, el sol, el pollo, y lo peor es que no podía correr mucho. Pero ahí estaba. Bueno. Pedí una merengada de chocolate. Ya van a ver. Pido la merengada. Es para quedarse en casa. Francamente: pido la merengada y el imbécil del mozo viene y se queda mirando a la caja. Claro que la caja se movía, ¿no?, pero por eso no tenía que poner cara de imbécil y quedarse mirando y mirando y decirme, porque me lo dijo:
—¿Y eso?
Tuve que decírselo:
—Un regalo.
—¿Un regalo?— se sonreía con los dientes puercamente llenos de oro.
—Un regalo.
—¿Y por qué se mueve?
—Porque adentro hay un pollo —digo.
—Ah, ¿sí? ¿Un pollo?
—Sí. Eso. Un pollo.
—Qué bien— dijo el tipo. Que si qué bien. Qué tipo, francamente. Bueno. La verdad es que no sé por qué cuento lo del mozo. Lo que sí es que ya estaba poniéndome nervioso porque Julia no llegaba y eran más de las tres y media. Ya como a las cuatro, dejé la caja con la copa encima y llamé a casa de Julia. Como estaba pendiente de la caja, o sea, pensando en que a lo mejor el pollo se ponía histérico y pateaba y se armaba el relajo, estuve como media hora sin responderle a la mamá. La mamá:
—¿Aló? ¿aló? ¿aló? ¿aló?
Bueno. Por fin le pregunté por Julia.
—No está, Juan —me dijo—. ¿Eres tú, no?
—Sí. Soy yo, señora.
—Ayer vi a tu mamá. ¿Cómo estás?
—Ah, bueno...
—Me dijo que no estudiabas casi nada.
—Un poco.
—Tienes que estudiar.
—Sí, señora— palabra que eso era lo que me decía. No miento. Siguió así:
—...y portarte muy bien, mira que ya eres un hombrecito.
—Sí, señora.
—Bueno. Tú vienes al cumpleaños, ¿no?
—Sí, señora.
—Julia está como loca... ya no sabe qué hacer. Bueno, Juan. Saludos por tu casa.
—Gracias, señora.
—Adiós.
—Adiós, señora.
¿Ven? Y la caja y la copa y el mozo y Julia no llega y la vieja: es para volverse loco. Palabra. Estuve a punto de tirar el teléfono. Y lo peor es que no he terminado: apenas me siento se me acerca de nuevo el mozo. ¡Qué tipo más imbécil! Me dice:
—¿Y para quién es el regalo?
Juré que si me seguía haciendo preguntas que a ti no te importan te tiro la copa desgraciado. Eso es lo que pensaba. Y dale con el regalo. Menos mal que alguien lo llamó. Ya yo estaba realmente harto. Dale con la caja, el pollo, la vieja. "Ayer vi a tu mamá en el mercado" y que si "tienes que estudiar porque eres un hombrecito, Julia está como loca". Francamente. Y nada que llegaba la desgraciada. ¿Por qué la gente tiene que preguntar tanto? En serio: ¿para qué vienen y te preguntan que por qué tu mamá usa anteojos? ¿Ah? Palabrita que si alguien pregunta que por qué mi mamá usa anteojos le nombro la madre. Palabrita. Sinceramente le digo a sí mismo: mire desgraciado, señor, ¿qué pasa? ¿Qué le pica? ¿Nunca ha visto un pollo? ¿Nunca ha visto una señora con anteojos? ¿Ah? Dígame esa gente que viene y te dice: ¿Qué hay? O te dicen: ¿Qué has hecho? ¿Pero qué carajo les importa? ¿Ah?
Bueno. Por fin Julia llegó. Era tardísimo. La vi bajarse de su impresionante Buick negro, con su vestido de pepas, y meneándose, para todos los tipos que estaban en la fuente de soda. Julia no puede dejar de menearse y mirar a todos los tipos. Por mí que se iría con el primer tipo que le dijera: "Oye tú, mira...". Seguro. Lo único que le importa a esa carajita es menearse y poder menearle los ojos a todos los degenerados que la miran. A veces comprendo un poco por qué a la cochinada de Carlos se le ocurrió eso que me dijo y que yo no puedo contar porque juré por Dios santo que no se lo decía a nadie. Pero bueno. Llega, se sienta, se monta el vestido hasta las pantaletas, se bota el pelo para atrás, se pasa la mano por el cuello, y después que me volvió porquería, se quedó mirando la caja vacía y me dijo:
—Ajjj Dios mío, me estoy muriendo de sed.
Se me olvidó decir que justo en el momento en que la vi salir de su maldito Buick, justo en ese momento, me dio una vaina y en un segundo abrí la caja, agarré al pobre pollo, y lo escondí en el bolsillo de la chaqueta.
Me salió con que si:
—¿Llevas mucho tiempo aquí?
—No. Acabo de llegar —le dije.
—¿Qué calor, verdad?
—Sí, espantoso —dije.
—No lo aguanto —dijo ella— Puf, me muero.
Y para colmo me di cuenta que el tipo de la corbatica negra nos estaba espiando. Apenas llegó Julia me di cuenta que paró las orejas y hacía lo posible por acercarse y vamos a ver qué oímos y qué pasará con el pollo. Francamente. Deben volverse imbéciles. Que si la mesa uno un perro caliente, la mesa cuatro una hamburguesa sin tomate y otra con tomate, la mesa ocho una merengada de chocolate y una Cocacola, y la mesa dos un café negro y otro marroncito pero sin mucho café y la mesa tres un helado de mantequilla y la mesa nueve... Claro: nosotros ahí, así se divertía. No sé si se han dado cuenta la cara de loquitos tristes que tienen todos. Y además de la tristeza de loquitos llevan una corbatica de lazo. Pobrecitos. No le metía la nariz en las piernas de Julia porque no podía, y claro, porque Julia, justo cuando el pobre desgraciado la miraba, cerraba un poco las rodillas, la maldita botaba el aire, se sobaba la rodilla, y después te miraba como para que no te pusieras a llorar ahí mismo. Después que se subió más de lo que tenía subido el vestido, vino, y con su vocecita de pito, levantó un dedito y llamó al mozo. Inmediatamente pensé que el pendejo del mozo llegaba y le contaba lo del pollo. Y lo peor es que con lo del pollo, tenía que mantener el brazo en una sola posición, así, con la mano en el bolsillo, sin dejar que el pollo chillara, tapándole la jeta con los dedos, y ya sentía el brazo calambreado. Además estaba comenzando a sudar por todas partes. Era horrible. No exagero. Bueno.
El mozo llega y se para delante de Julia:
—¿Desea algo, señorita?
—Sí. Por favor...
—Dígame.
—¿Tiene Cocacola?
El tipo le dice:
—Pepsicola —y aprovecha para mirarle todo.
—¿Pepsicola?
—Pepsicola —se hizo el loco y le miró las rodillas. Julia seguía con el dedo en el aire y se soplaba un mechón de pelo que le caía sobre la nariz. Por fin parece que Julia se dio cuenta que estaba pidiéndole algo al mozo y le dijo:
—¿Tiene Orange?
—No. No hay.
—¿Qué tienen?
El mozo como que ya estaba arrecho:
—Colita, Pepsicola, Hit, Sevenup y Grin.
—¿Tienen Grin?
—Sí.
—Bueno. Entonces una merengada de chocolate.
—¿De chocolate?
—No. Bueno. Tráigame una Grin.
El mozo estaba loco:
—¿Entonces Grin?
—Perdone —dijo Julia y se rio mirándome—, tráigame un helado de chocolate.
El mozo ni siquiera la miró. Salió disparado. Pobrecito. Y a todas éstas al maldito pollo como que le dio taquicardia porque comenzó a temblar y patalear y no sé qué diablos tenía. De golpe le abrí la jeta y el desgraciado chilló. Julia me miró y me dijo:
—¿Oíste?
—No —dije.
—Como un pito.
—Un niñito —dije.
—Fue raro —siguió Julia.
—Sí. A veces pasa.
—Mamá dice que oye todo el día una avispa en la oreja.
—Qué raro.
—Sí.
Por fin miró la caja, que estaba vacía, y me preguntó:
—¿Ese es el regalo?
Yo estaba esperando desde el principio la pregunta. Por fin. Sí, pero no sabía qué diablos podía decirle, ¿no? ¿Qué se puede decir si a uno le pasa una cosa de ésas? ¿Qué dice uno? Uno no sabe qué decir. Y yo dije que no. Que ése no era el regalo.
—¿Dónde está?
"¿Dónde está? ¿Dónde está?" ¡Qué pregunta!
—Me pasó algo, Julia.
—¿Qué cosa? ¿Se te quedó en tu casa?
—Fue un problema —le dije.
—¿Te caíste? ¿Y esa caja?
—Sí. Me caí. Se rompió. Esa es la caja.
—Qué lástima —dijo. Y justo oí que el pollo eructaba o algo así.
No sé qué le pasaba al bicho. Como que estaba ahogado.
—¿Dónde te caíste?
—En una escalera —le dije.
—Palabra que lo siento, Juan —dijo.
—No importa.
—Por supuesto que importa —me dijo. Y aprovechó para agarrarme la mano. Yo sudé. Después me sonrió, cambió las piernas para que todo el mundo le mirara las pantaletas y me dijo:
—¿Te vienes conmigo?
—No, gracias Julia.
En eso fue que llegó el mozo. O Bueno. Llegó antes o después de que se subió el vestido. El tipo traía una Cocacola. La puso, después pasó el pañito por una orilla de la mesa y se perdió. Julia me preguntó:
—¿No fue un helado de chocolate lo que pedí?
—No sé —le dije. Y sí sabía.
—Ah no... es verdad —dijo—. Ahora me acuerdo que pedí una Cocacola...
Cogió el pitillo, lo metió en la Cocacola y echó una chupadita. Después se pasó la lengua por la boca, se limpió la manchita de Cocacola que tenía en los labios, y se me quedó mirando sonreída. Inmediatamente comencé a sentirme como perdido. Como levantado del suelo. Lejos y al mismo tiempo muy cerca, tanto, que podía contarle los lunares que tiene en la nariz, esos punticos como marroncitos, como rosados que tiene juntados en la nariz, y mientras más la miraba, ella más se sonreía y yo volaba más lejos de ella, con la sonrisa, sin ella, con la sonrisa sola, flotando en el aire, con su sonrisa de espuma roja, y después que había volado con la sonrisa, la sonrisa regresaba a su cara, le cubría toda su cara y yo me daba cuenta que estaba ahí, frente a ella, y me entraba en el vientre un miedito dulce. Era un miedito como cuando vamos en un auto y de golpe el auto llega a una subida, y cae, y a ti te entra algo, se te abre algo en la barriga, y se te llena la barriga de ese miedo dulce que después sientes que se te escapa y te lo deja como vacío, como con un hambre raro.
—Juan —decía—. Oye, Juan...
Ni siquiera me di cuenta que tenía el pollo en el bolsillo, palabra. No me daba cuenta de nada. Para colmo ella me decía Juan, así, suavecito, Juan, como soplando el nombre, como soplándolo con el aliento, y apenas me llegaba el nombre, apenas lo oía, y volvía a entrarme esa vaina y me quedaba más perdido y más mareado que antes.
—Juan —me dijo—. Oye. ¿Qué te pasa?
—Nada —le dije.
—Oye. Tienes una cara...
Cuando me preguntó eso sentí el calambreo en el brazo y comencé a asustarme y de verdad verdad me comencé a sentir mal.
—No, Julia —le dije—. No me pasa nada.
—Me pareció que te sentías mal —me dijo ella.
El pollo volvió como a pitar y le tapé el pico, la cabeza y todo lo que pude taparle, desgraciado si sigues te ahogo, cállate, y Julia:
—¿Seguro que no te sientes mal, Juan?
Dale con lo mismo:
—¿Segurito, Juan? ¿Seguro que no te sientes mal?
—No, Julia. No. Palabra.
—¿Segurito?
—No, Julia.
—¿Pero seguro que no? No sé, tienes una cara...
—Palabra, te lo juro.
—¿Pero palabra, Juan? ¿No quieres ir al baño, Juan?
No le tiré el pollo porque francamente. Casi se lo estripo en la cara. Y lo peor es que siguió. Ya van a ver:
—Por mí —me decía la desgraciada—. Por mí puedes ir al baño.
—Pero bueno, Julia. Si no quiero ir al baño ¿para qué voy a ir?
—Pero no te dé pena. Anda.
—Julia. Deja la cosa del baño. No tengo ganas.
—No sé, Juan. Estás sudando y tienes una cara, yo sé, te conozco, eres capaz...
—¿Capaz...?
—Capaz de aguantarte por mí.
Eso era lo último.
—¿Aguantar qué?
—Aguantarte. Yo lo sé.
—Bueno, Julia. No me estoy aguantando. Te juro que no.
Por fin como que dejó la cosa y siguió tomando su maldita Cocacola. La odiaba. Juro que la odiaba como nunca. Hasta pensé en lo que me dijo Carlos y me pareció que Carlos no era tan inmundicia como yo lo había pensado. Me pareció que Carlos tenía razón en pensar en esas inmundicias, y le rogué que lo hiciera, que le hiciera inmundicias más asquerosas todavía. Me provocaba matarla. Cuando terminó su Cocacola y dio los últimos chupitos me dijo:
—Bueno, Juanito. Te espero en casa. No faltes —me lo dijo con lástima.
Después miró la caja vacía. Y después se levantó, me echó una sonrisita de "no sufras tanto que la vida no es tan mala" y se fue meneando el culo hasta su impresionante y asquerosísimo Buick negro. Ahí abrió la puerta, levantó las patas para que yo me derritiera con sus pantaletas, y después levantó su dedito y el maldito carro se perdió de vista en la esquina.
¡Dios mío! ¿Por qué pasan esas cosas? Apenas se fue, vuelve el mozo.
Tenía que volver. No podía quedarse quieto. Tenía que volver, llegar con cara de melón y preguntarme con su vocecita de marica dulce:
—¿Le dio miedo dárselo?
¿Por qué todo, por qué me pasa, por qué? ¿Por qué nunca podré, por qué jamás he podido...? ¡Dios mío! Me sentía tan mal...
Metí la cabeza entre los brazos y por fin oí que el mozo se alejaba hacia otra mesa.
Entonces oí las risas. Apenas levanté la cara, vi que el mozo se reía junto a un gordo, y los dos me miraban. Se reían, hablaban un poco y volvían a soltar la carcajada. Yo comencé a sentirme rojo hirviendo, vi que no aguantaba más y que ese rojo hirviendo era cada vez más caliente y me quemaba más la garganta y los ojos y aflojé todo y entonces todo se me fue por los ojos y ya nada me importó entonces, lo juro, ya nada me importaba.
Cuando terminé de llorar, saqué al pobre pollo del bolsillo y me le quedé mirando: estaba tranquilito. Estaba como dormido. Me gustó pasarle la mano por su cabecita, por su cuerpo, y era tibio y bueno, y pensé que nos parecíamos los dos, él y yo, y estaba muy tibio y seguía como dormido. Estaba tan tranquilo que comencé a sentir algo espantoso. Entonces me dio frío y todo asustado lo dejé caer en el suelo.
martes, 25 de septiembre de 2007
SOBRE EL Un articulo: POR QUE DE LOS TALLERES LITERARIOS EN ARGENTINA
Que éstos surgieran con gran fuerza, primero en Norteamérica y después en la Argentina, fue razón suficiente para que fueran adoptados como un fenómeno imitativo y “snobs”sobre todo por el habitante del centro porteño.
Expresa Silvina Riera: “La más europea de las ciudades latinoamericanas es “La capital de los talleres literarios”, más allá de esta expresión veladamente “Eurocéntrica” deberíamos decir también una de las mas fragmentadas socialmente con un evidente malestar en la cultura que se manifiesta con formas de expresión literarias alternativas, en particular con el crecimiento del número de talleres literarios. Todos tienen algo que decir y lo dicen.
No coincido en que el motivo sea la aspiración burguesa, genuina desde luego, de aprender a ser escritor profesional y publicar sino una desesperada necesidad del ser de emerger en la conciencia y hacer propiedad común del lenguaje unificador del sujeto social , agredido por la hiperfragmentacion de las clases sociales y la faltan de una identidad social.
Coincido en parte con la expresión de Heker “La escritura es democrática y la literatura no”, yo agregaría que la escritura emergente de los talleres es democrática por la estructura horizontal y no autoritaria de los mismos.
Es interesante una expresión de saccomanno “A mí lo que me importa es que cada uno encuentre su propia voz”, delinea su espíritu antiverticalista lo que favorece al orientar la creación literaria y como consecuencia el surgimiento del ser a través del lenguaje.
Me gustaría concluir con una cita realizada por Steimberg que reivindica la práctica de la reescritura como el mejor ejercicio de taller literario.” Borges pensaba que lo único que podemos hacer es reescribir. El decía algo parecido al Eclesiastés:”Todo está ya escrito, todo sucedió ya”. De acuerdo a esto con las palabras articuladas según un orden sintáctico y su correspondiente semántica se reconstruye el sujeto.